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Historia & Birra Capítulo 4: la evolución


De la palabra de Dios bebe el espíritu. Pero el resto del cuerpo también necesita sustancia. De ello se dieron cuenta los sabios monjes, consagradas sus vidas a su amor por el Señor.


Hacía tiempo que el Imperio Romano cayó, extinto por conflictos internos y no menos desgaste del Tiempo (quien pone a cada ser humano en su lugar, aunque éste no se percate). Habían cambiado los tiempos, pero los manuscritos de antaño seguían prevaleciendo, aunque estuviesen al alcance de unos pocos…


No se conoce de qué manera ocurrió; personalmente quiero creer que fuese en pos de dar algo de sabor a la vida monacal. O igual fue de casualidad. Quién sabe. La realidad fue que aquella bebida, tan adorada por los pueblos antiguos, salió de la oscura ignorancia y llegó a las artesanas manos de los monjes. Ellos, hábiles en paciencia, pronto aprendieron de aquellos carcomidos legajos a preparar esa pócima pagana, sí, pero que debía saber a gloria, porque pretendieron recibir permiso del Santo Padre para poder consumirla de continuo.


Pero el viaje no era como ahora. Se tardaba meses desde el norte europeo hasta las estancias vaticanas. Y, por supuesto, aún no se había descubierto la pasteurización… De modo que el compuesto vivo del aún Zythos continuaba su envejecimiento natural, como debe ser. Así hasta alcanzar los labios del Sumo Pontífice, quien posiblemente esperase una bebida milagrosa, regalo del Todopoderoso. Y descubrió un mejunje ácido e imbebible. ¡Pareciese más una chanza del Omnipotente! ¡Puaj! ¿Y querían aquellos frailes elaborarla de continuo? ¡Pues adelante! ¡Que se envenenasen si gustaran! Con todas las bendiciones de su Santidad…


De modo que, ¡al lío! No obstante, los frailes de tierras belgas y holandesas (entre otros territorios, por supuesto) también debieron percatarse de este contratiempo putrefacto: la bebida, pasado muy corto periodo de tiempo, tendía a transformar su sabor y aroma, descarriándose al camino avinagrado. ¿Cómo evitarlo? O retrasarlo, al menos… Quién sabe si fue fruto del estudio en el pasado, la sabiduría de los ancianos por aquellas tierras o el simple fruto de la casualidad. Pero encontraron el remedio: el fruto de una enredadera ralentizaba este natural proceso. También otorgaba cierto amargor al caldo, haciéndolo diferente, pero apetitoso. Fue en este preciso instante que el Zythos evolucionó en nuestra amada cerveza. Pues si el anterior llevaba hierbas aromáticas, el actual añadía un conservante natural: el Lúpulo.


Fue así como gracias a los estudiosos sacerdotes de las abadías medievales evitaron perder tan ancestral legado. Y lo darían a conocer entre peregrinos y viajeros que buscaban refugio en suelo sagrado. Pronto la actualizada receta inundaría las calles de las villas y ciudades y se abrirían entornos sociales para charlar y conversar, decidir y castigar. Grandes cambios estaban por llegar. Y en todos ellos, la cerveza fue la encargada de reconciliar las rotas almas que ante ella se encontraban.


Pero su recorrido sólo acababa de comenzar. La popularidad fue en aumento y su elaboración pronto se convertiría en oficio. Pero eso, es otra Historia… que la Birra te relatará el próximo lunes.

Hasta entonces ¡un saludo! Disfruta de tan sagrado caldo, amenizando el inicio de semana. Y te espero el jueves; no será un día cualquiera. Pues un intercambio cervecero va a dar comienzo. ¡Atento!

 
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